Miguel Angel Solá: un actor argentino radicado en España y su nueva comedia en Punta del Este
Miguel Angel Solá, uno de los grandes actores argentinos con carrera también en España, está entusiasmado con Maxi De la Cruz, el comediante, conductor y actor de la película La sociedad de la nieve que pasó por el Bailando por un sueño que será su compañero de elenco en Mi querido presidente, la comedia que estrenan el 21 de junio en Punta del Este y que produce Gustavo Yankelevich. Lo elogia cuando llega y cuando se va y se lo ve contento de trabajar juntos. “Es una comedia muy bonita”, dice y la química entre ellos será parte de la magia de la propuesta.
-¿Qué le gustó del proyecto de Mi querido presidente?
-Es una comedia muy bonita y pica un poquito porque nos lleva a preguntarnos sobre nuestras elecciones en la vida; incluso las políticas. Me atrajo porque es un género que no he transitado mucho y voy a aportarle mi mirada a la comedia.
-¿Se conocieron recién con Maxi de la Cruz?
-Sí, la primera vez fue por Zoom que hicimos una pasada de la obra y vimos que la química era buena entre los dos, incluso por Zoom. Después de ensayos a la distancia, nos conocimos aquí y bueno, ya fue un placer, trabajar juntos, conocerlo: agradezco a la vida por conocer a otro actor bueno. Los uruguayos tienen un gran actor en Maxi, no solo un comediante y en esta obra lo va a dejar claro.
En su larga carrera habrá conocido muchos buenos…
-Muchos, pero en 54 años de trabajo es lógico haber conocido también de los otros. Todos queremos hacerlo bien y, a veces, sale como queremos; otras no tanto, pero siempre poniéndole todo el amor que se le pueda poner. Eso le llega al espectador.
-Ha trabajado, sí, con algunos de los grandes…
-Empecé en televisión con un uruguayo, Carlos Muñoz, enorme actor y director de televisión. Hacíamos un ciclo que se llamaba Platea 7 y me toco hacer en vivo Las rayas de la cruz, de Pedro Eugenio Pico. Muñoz hacía de mi padre y al final solo me tenía que decir “hijo” en tono de reproche y yo quedaba en primer plano con los créditos sobre mi cara. Y Muñoz sale con esos ojos azules enormes que te encandilaban y me dice “Madre”. Me empecé a reír y trataba de disimularlo como si estuviera emocionado mientras todos los técnicos y el propio Carlos se morían de risa. Hasta me pisé para frenar la carcajada. Ese fue mi debut en televisión.
Una película que descubrí hace poco fue Momentos, de María Luisa Bemberg, ¿se acuerda de ese rodaje?
-Estaba haciendo la obra de teatro El hombre elefante y tenía que irme a Mar del Plata a filmar. Terminaba la función, me iba. Me acuerdo de Graciela Duffau, de Héctor Bidonde, de María Luisa, de Lita Stantic. Recuerdo que estaba pasando un mal momento físico, me dolía mucho el cuerpo y, a veces, iba, no malhumorado, pero sí que ante cualquier cosa que me chocaba no reaccionaba empáticamente. María Luisa era buena conversadora, muy culta. Lo que pasaba es que yo me quedaba dormido porque El hombre elefante era agotador y ya me empezaba a flaquear de la columna y donde podía me tiraba a dormir un poquito.
Y entre los últimos trabajos está Abraham, el personaje de El último traje.
– Entregué la vida ahí y conseguí un buen trabajo.
-Usted viene de una familia teatral, pero ¿de dónde viene su tradición actoral?
-Soy novena generación de actores de mi familia. La escuela es el hacer, la necesidad de comer. Nacemos de las compañías que venían huyendo de la peste, de la guerra. Tenemos una forma cultural de expresarnos y de hablar, marcada, como siempre en el teatro, por la necesidad de contar las peripecias que se hacen para vivir. Aquellos trashumantes, escapándose de todos los acreedores y tratando de comer y que inventaban una obra por día y en los que trabajaba toda la familia. Era una forma también de contar esos éxodos que hacen los seres humanos a través de la vida. Italianos, españoles, franceses, ingleses, alemanes, rusos, judíos: fuimos afortunados que vinieran tantas colectividades juntas a contar sus historias, que tarde o temprano se mezclaron con las propias. Así, los actores somos parte locura, parte cordura. Imagínate esos seres que andaban de pueblo en pueblo, les tiraban de todo, los corrían con la policía por ser los pervertidores de todo el mundo, los perseguidos. De todos esos seres vengo yo.
-Y en esa tradición, ¿qué tanto lo influyeron los métodos de actuación?
-Nunca seguí ningún método, ni estudié actuación, más allá que, sí, leí un montón. Se puede ser tan buen actor no habiendo estudiado determinadas cosas. Lo que pasa es que se ha aprovechado demasiado del método para trasladarlo a un constante realismo y, por momentos, el realismo queda chico frente a la vida. El actor le habla a Dios, al mundo. El realismo termina siendo nada más que la mueca y se achica la infinitud del gesto, se acota, se hace menos. Eso de “menos es más” es aplicable a otras cosas, no a la actuación.
-¿Y cómo se planta ante eso?
-Lo único que sé es que el público no sabe y que tengo la obligación de causarle curiosidad y darle una sorpresa. El resto es inseguro. Depende del momento, del día, de esa bola de energía que sucede ahí abajo y cómo nos traspasa a nosotros: el público hace la mitad de la obra porque nos entrega su curiosidad. Y en el teatro hay muchas cosas que no son manejables, que no podés ensayar.
– ¿Qué actor lo impactó? ¿A quién considera su maestro?
-Mi maestra es mi tía Luisa (Vehil): nunca vi a nadie de esa categoría. La vi perseguir personajes, fui testigo de cómo hacía sus personajes y lo que dejaba en cada uno de ellos. Y hasta trabajé con ella. Andaba en silla de ruedas y se paraba solo para hacer la función. Era impresionante cómo se agarraba al respaldo del sillón y se quedaba en pie. Se sentía como que toda la energía del mundo iba a ella. Estaba en el escenario y la miraba (ella allá, yo con el público a mis espaldas) y veía el halo. ¡El halo! Luisa era un poderoso imán.
¿Alguna vez, se sintió así?
– (Niega con la cabeza) Bueno, con El diario de Adán y Eva sentí muchas veces que la gente se quedaba colapsada, incluso vi público caerse de la butaca, pero ese poder presencial de Luisa, nunca más lo vi.